Publicación: 20 noviembre 2024

CELEBREMOS 30 AÑOS DE CARMENERE EN CHILE

El 24 de noviembre de 1994 el ampelógrafo francés Jean Michel Boursiquot se detuvo delante de un Merlot para decir lo que muchos no querían escuchar.  Su hallazgo es un hito en la historia reciente del vino de Chile.

Era la primavera de 1994, y en la ciudad de Santiago se daban cita en un Congreso de Vitivinicultura, expertos llegados desde  todo el mundo.  Entre ellos, un joven francés haría un hallazgo que nadie imaginó sería un hito en la historia reciente del vino de Chile.

En 1994 el vino chileno ya se habría camino con éxito en las exportaciones, en especial con sus vinos de Merlot,  una cepa tinta originaria de Burdeos, región al sur oeste de Francia. Apreciada era por los nuevos consumidores por su carácter más seductor que el intenso y robusto Cabernet Sauvignon.

Sabiendo de la importancia que estaba tomando del Merlot, el joven francés Jean Michel Boursiquot fue invitado a inspeccionar sus nuevos viñedos en la Viña Carmen, cerca de Santiago, y fue mirando con detalle la vid de Merlot que tenía frente suyo, como se dio cuenta que no podía ser Merlot. Experto en la clasificación de las variedades solo con mirarlas, una difícil ciencia que se conoce como ampelografía, Boursiquot vio dos detalles importantes.

El primero, ninguna otra vid de Merlot, entre las miles que había visto en viñedos alrededor del mundo, tenía sus nuevas hojas con tonos de color de rojo, sino que eran verdes.

Segundo (recordemos que su vista fue en noviembre, en plena primavera) por lo que observando sus flores, notó que sus estambres no eran rectos, sino en forma de escalones. Esta segunda información fue clave para recordar que una sola variedad, entre todas las que había estudiado en jardines de su escuela en Montpellier, tenía estambres con esta curiosa forma. Esa variedad, pensó “Sebe ser la Carmenere”, entonces muy poco plantada en Francia después de que afectara sus viñedos la filoxera, una devastadora plaga que llegó desde Norte América.

Cuenta el mismo Jean Michel, que cuando dijo “esto no es Merlot” las caras de asombro a su alrededor no se hicieron esperar.  Aunque entre ellos, ya había quienes tenían sus dudas. Un profesor suyo, Claude Valat había venido a Chile en 1991, y al ver un extraño Merlot había sugerido que podría ser Cabernet Franc.  Una idea nada disparatada, porque ya sabemos gracias a la más reciente tecnología de análisis de ADN, que el Franc por polinización natural es padre de la Merlot, Cabernet Sauvignon y la Carmenere, también llamada Grand Vidure en Burdeos. De allí el nombre que recibió en el primer vino  que la mezcló, ya sabiendo lo que era,  con Cabernet. Una mezcla precisamente, de Viña Carmen, donde un 24 de noviembre hace 30 años se identificó.

Un paisaje espectacular nos regala su viñedo en otoño, cuando sus hojas se tiñen de rojo. Entonces, es el momento de cosechar las uvas de carmenere. Su inusual tardía madurez, y no saber diferenciarla con el más precoz merlot, llevó a que sus primeros vinos chilenos no tuvieran el club de admiradores que sí tiene hoy. Cosechada antes de tiempo, aun sin su madurez plena, entregaba vinos con notas a pimiento verde, aromas que se aman o se odian. Aprender a identificar en qué climas y sobre qué tipos de suelos este carácter se doblega hacia el pimiento rojo y especias dulces como el cacao, sin perder frescura, ha sido el trabajo de viticultores y enólogos estos 30 años que ya cumple en Chile.

Entre tanto, pasó a ser la quinta variedad más plantada de Chile, detrás todavía del Merlot, País, Sauvignon Blanc y Cabernet Sauvignon, el rey. Y,  sin duda, una de las grandes favoritas de los consumidores que buscan vinos tintos de sensaciones suaves en boca y especias dulces en nariz.

En esa búsqueda, muchos dijeron que era mejor en compañía que sola, pues sus vinos no tenían ni tanta fuerza, ni tanto carácter. Y con esta idea, la vimos primero como estrella de reparto junto con sus hermanas de Burdeos en las grandes mezclas de vinos íconos de Chile, como dicen los expertos “poniendo el toque chileno al ensamblaje clásico bordelés”. Luego, los más osados se atrevieron a que fuera la protagonista, a veces apoyada con la fuerza y mayor acidez, de un pichintún de Petit Verdot. Y así, en rol estelar, con los precios más altos del mercado, grandes Carmenere de Chile han sido reconocidos por su gran calidad y elegancia en todo el mundo.

En esta nueva era, donde los vinos tintos se guardan en barricas de madera de roble, en acero, concreto y tinajas de greda, la Carmenere en su origen, Burdeos,  se ha comenzado a mirar con nuevos ojos. ¿Porqué se dio tan bien en Chile, se preguntan? es acaso por su clima con más sol y menos lluvias. No será entonces el momento, en medio de un cambio climático que está subiendo los termómetros, ¿de que regrese con gloria al lugar donde nació? Pues ya están en ello algunos. Vaya paradoja de la adaptación.

Estados Unidos, Argentina, China e Italia, poseen viñedos de Carmenere, donde las  confusiones también aparecieron. En China, por ejemplo, estuvo confundida como Cabernet Gernisht, y en Italia como Cabernet Franc. Eso sí, es en Chile donde tenemos la mayor cantidad de vinos con su nombre en las etiquetas, y desde 2006 la Asociación de Agrónomos Enólogos de Chile organiza un concurso de vinos internacional dedicado sólo a elegir sus mejores exponentes, y para ello llegan expertos desde todo el mundo. Todo, para premiarla, ya sea sola o acompañada… y la verdad qué importa, ella,  la de sangre francesa, ya tiene su corazón bien chileno.

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