Rodolfo Plass está de vuelta para abrirnos el apetito con sus crónicas gastronómicas.

Un serio Massimo Funari te abre la puerta del @rivolicl al llegar. Tiene claro para cuántos comensales es la reserva con sólo escuchar tu nombre. Está concentrado en lograr que la velada sea perfecta.

Al entrar, el ambiente es cálido y con decoración cuidada. Entre ladrillos, botellas de toda laya y hogazas de pan, se respira un clima elegante pero no de mantel largo. Massimo recorre las mesas y está pendiente en todo momento. Retira los platos que vuelven vacíos a la cocina en silencio, como uno más de los garzones.

Gratamente impresionado, partimos con copas de Lambrusco (sin marca en la carta $5.900), como para avisarle al cuerpo por dónde va la cosa. Mientras esperamos, llegó a la mesa muy bienvenido un popurrí de panes de varios tipos.

De entrada partimos con una «Focaccia Mozzarella Gorgonzola» ($14.900), de masa fina crocante y con abundante queso con una acidez exquisita. Pedimos también «Mezza Burrata con Bresaola y Aceto trufado«; bresaloa, valga aclaración, es un fiambre de vacuno curado ($16.900). Una mezcla agradable al paladar que con el lambrusco acompañó bastante bien.

De fondo pedimos «Tagliolini con erizos» ($18.900) que estaban para morirse de amor. En el momento pensé: «volvería mañana al almuerzo para comerlos».

Otro plato que también estuvo a la altura del anterior fue el «Ravioli relleno de confit de pato con salsa Oporto«($16.900). ¡Espléndidos! tenía una combinación de todos los sabores que existen amalgamados perfectamente, que si lo sumamos al «Corralillo Winemaker’s blend 2019» ($25.900) terminó de cerrar la experiencia con un ¡wau!

Llegó a la mesa también el «Osobuco estofado con pasta a la mantequilla» ($16.900); muy tierno y la pasta con un dejo a alguna hierva provenzal muy agradable.

De postre pedimos «Cannolo Siciliano con helado de pistacho» ($6.900), el que lo había visto muy repetido en las fotos de Google; además de un «Volcán de manjar con helado» ($6.900) y el «Tiramisú» ($6.500); este último muy extraño para mi, porque no traía la capa del lácteo clásico. Debo decir que los postres realmente no estaban a la altura de los otros platos, faltaría ajustar poco más para terminar redonda la experiencia.

Quiero volver a hablar del ambiente. La gente se siente tan acogida que en un momento se cortó la luz y fue como si nada pasara. Todos sacaron sus linternas del celular y siguieron comiendo felices.

En resumen, Rivoli es un muy buen restaurante, con tiempos perfectos, rica comida y atención amable. Funciona como reloj porque su dueño está ahí preocupado de todo, muy diferente a otro italiano en el cual estuve y su chef se ve más en la tele que es su local. Cosas que sí se notan al pasar.

¿Volvería? Absolutamente.

RIVOLI