EN LAS ORILLAS DEL RIO BIOBÍO

Publicado el 17 enero 2020 Por Mariana Martínez @reinaentrecopas

Estuvimos en Millapoa, casa del Ladrón de Uvas, un vino de cepa País que busca rescatar las tradiciones de una vitivinicultura que se nos va. Patricio Cea, su hacedor, fue nuestro guía.

Sin auto desde la ciudad de Concepción no es tan fácil llegar hasta Millapoa, vientre de oro en mapudungún. Es necesario tomar un bus hasta Nacimiento primero. Pero, antes de llegar, en el sector La Laguna (Km 79.3) hay que bajarse y desde allí gracias al rescate de Patricio Cea se continúan unos 15 kilómetros por camino de tierra, entre bosques de pinos y eucaliptos hasta llegar a la ribera del Río Biobío. Por Laja, del otro lado del río, es más fácil y divertido. Hay que tomar un bus rural a Diuquin hasta el embarcadero donde están los botes que cruzan a Millapoa.

 

Patricio Cea es la máquina detrás de Ladrón de Uvas y Viña Doña Luisa. Antes de volver al campo de su familia en Millapoa trabajo en la industria forestal.

Si para uno hoy es difícil llegar a la casa del Ladrón de Uvas @cepapais, imagínense lo que debió significar vivir aquí un par de siglos atrás. El río, sin duda, era el camino más corto. También en pequeños botes el medio de transporte para hacer llegar los vinos que se producían en lo alto de la ribera, hasta los centros urbanos más cercanos. Cuesta creer, recorriendo esos parajes, en su mayoría plantados hoy por forestales, que los viñedos dominaron ese territorio alguna vez. Patricio Cea recuerda que así era cuando niño y llegaba cada verano hasta allá a pasar las vacaciones con la familia de su madre. Ir hasta allá era su máxima alegría, pero cuando tenía 8 años dejó de ir. Sus padres se habían separado.

 

Transcurrieron casi 40 años para que Patricio volviera a Millapoa, como él mismo dice, por orden divina del cielo, para hacerse cargo del campo y rescatar los viñedos de País en condición de secano (sin riego más que el de la lluvia) y que quedaron abandonados durante décadas. Poco a poco fue limpiando el bosque nativo y dejando que las viejas parras retomaran su reinado en orden. Todavía se les ve por allí salvajes, subiendo a los eucaliptos del vecino o al lado del camino enredadas en las moras.

 

Patricio y su señora, Luisa (de ahí el nombre de la Viña) comenzaron a ir al campo para desconectarse el año 2007 y en 2018 se fueron a vivir definitivamente. Restauraron la casa, construyeron más piezas, una cocina, agrandaron la bodega de vino, hicieron un quincho, una terraza y hasta una piscina. También Pato aprendió a trasplantar vides viejas, desmalezar, abrir caminos y así rescatar esos viñedos que se habían vuelto salvajes. Y por supuesto, entre todo ese andar, en 2014, ya empezó a hacer su vino como Viña Doña Luisa. No es casualidad que su hijo menor, el varón de la casa, Bastián Cea, se haya graduado recién como técnico en agroviticultura y enología en la UDLA.

En ese andar, además de haber tenido la oportunidad de ir a mostrar sus vinos a la feria más grande de los vinos naturales en Nueva York (Raw Wine) y vender sus uvas a muy buen precio a viñas del Maule, cuenta Pato que fue aprendiendo a hacer vino de a poco y sin querer (se ríe) hizo mucho vinagre. Por eso está feliz de que su hijo lo reemplace este año en esta tarea. También aprendió a hacer licores de frutas. Y descubrió, en medio de sus viejos viñedos de País, una cepa portuguesa, la Trincadeira o Tinta Amarelo, la cual se cree plantaban los misioneros entremezcladas con la País intencionalmente. De ella, nos cuenta, aún no tiene vino, pero  está multiplicando sus estacas para agrandar un pequeño viñedo que ya plantó con vista al río y en una ladera debajo de la casa.

Pato también poco a poco ha ido comprando otros viñedos vecinos y los ha ido recuperando; así todo viñedo nuevo lo ha ido llamando con el nombre de sus nietos: Bruno, Emilia, Renata, La Nacha…

Cada detalle en esta lejanía de la civilización cuesta y suma. Así lo vamos descubriendo mientras recorremos el gran galpón con suelo de arena volcánica, y que hoy es la bodega donde hay cuatro grandes fudres abiertos de madera, su zaranda de coligües, las llamadas pipas para fermentar los pipeños, tanques de plástico y barricas de madera de 300 litros. Donde el vino se hace con la menor intervención posible (siguiendo el precepto de los vinos naturales) y en su caso particular sin agregar nada de sulfuroso durante la vinificación o antes de embotellar.

 

Viejos viñedos de País en cabeza, en el secano de MiIllapoa, Valle del Biobío.

A cada paso Patricio nos va contando como han ido resolviendo problemas, creciendo y acomodándose. Y básicamente cómo hay que ser bueno para resolver problemas cuando te vienes a vivir al campo. Entre su ingenio, nos cuenta cómo limpian las botellas que reciclan, un trabajo chino, minucioso, que les ahorra muchos pesos. Porque tiempo aquí en el invierno sí sobra, nos dice.

 

Pato vende sus vinos a $5.000 la botella o 3 x $10.000. Con todo el trabajo que vemos, el precio parece una broma. Pero cuando preguntamos un poco más por el negocio en la zona, nos cuentan que aquí la gente no sabe cuánto vale el vino, porque siempre ha habido alguien en la familia que lo produce y se los regala. La mayoría que se vende, explica Patricio, es por el «Alo Alo», eso quiere decir que la gente llega a un campo preguntando para llevarse el vino en garrafas. Y así van pasando la voz entre los vecinos. El negocio definitivamente parece precario, y son pocos los que sí ya embotellan sus vinos con marca propia, pero estamos seguros de que vienen aires de cambio.

Vienen desde el vecino Valle del Itata donde ya hay cambios importantes, pero también desde España, porque supimos que Viña Miguel Torres ha comprado un lindo campo por allí cerca con vista al río Biobío. ¿Verdad o leyenda? No preguntamos esta vez, porque cada vez que los hacemos nos dicen que no, y luego resulta ser cierto. Y, la verdad es que si yo fuera ellos, y me interesara apoyar el rescate de esta vitivinicultura ancestral, compraría definitivamente.

Compraría por la vista, por el aire y el agua, y sobre todo por esas viejas parras que crecen aferradas a la vida sobre un suelo de ceniza volcánica negra, que por lo suelto y pesado parece arena. Un suelo extremo que convierte a Ladrón de Uvas 2018 en un vino oscuro en color, de capa media en profundidad, turbio porque es sin filtrar; con la tensión de un tanino firme que es rústico, sí, pero no secante porque está acompañado por mucha fruta roja sabrosa, de acidez justa.

La gracia de Ladrón de Uvas es que es un buen vino natural, de cuerpo medio, lo que se traduce tanto en sus aromas como sensación en boca, en un vino crudo o desnudo (en inglés raw) porque es fruta hecha vino y nada más. Si llegara a ser algo más en el futuro, me refiero a ganar complejidad, habrá que saber esperar a ver  su evolución en la botella. Potencial para que haya ganas de esperarlo hay!

A continuación les dejo una galería de imágenes de los Viñedos del Ladrón de Uvas en Millapoa, que dicen más que mil palabras. Además los dejamos invitados a agendarse los días sábado y domingo 15 y 16 de febrero 2020, cuando Nacimiento celebrará su primera fiesta del vino y nosotros como WiP junto a Patricio Cea bajaremos el río Biobío en embarcaciones a remo (Kayak y SUP) desde Nacimiento hasta sus viñedos, para cumplir un sueño que teníamos desde hace un año. Por supuesto que están todos invitados y pronto les contaremos más. Vídeos del recorrido pueden ven en nuestros Instagram @reinaentrecopas y @wipcl

Viña Doña Luisa también es hostal y restaurante, para más información deben escribirles a @cepapais en Twitter o Instagram. Estarán felices de recibirlos durante todo el año.


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