ITALIANAS EN CHILE, ¿PER COSA?

Publicado el 22 julio 2019 Por Mariana Martínez @reinaentrecopas

Conversamos con Maurizio Castelli y Andrés Sánchez, las mentes pacientes detrás del proyecto que busca enriquecer la diversidad del vino chileno, con acento italiano.

El afamado consultor italiano Maurizio Castelli llegó hace casi 30 años a Chile de la mano del Conde  Francesco Marone Cinzano (dueño de la bodega Reserva de Caliboro y sus vinos Erasmo). Ahora nos cuenta que por tres años juntos buscaron el mejor lugar para plantar viñedos. Entonces, recuerda que la actual Ruta 5 Sur era una carretera de una vía que subía y otra que bajaba; con caballos, perros y vacas sueltos en el camino… «Eran al menos cinco horas desde el Aeropuerto hasta Caliboro, en el secano del Maule y la casita de Francesco ni siquiera tenía luz eléctrica, ahora tienen de todo… De todos los países de América Latina -dice Maurizio con su acento bien italiano- Chile es el país que más ha cambiado en estos años…»

Después de la experiencia de trabajar con Francesco, Maurizio (a la izquierda en la foto) conoció a Andrés Sánchez, su actual socio en VitaVitis, en Italia, el año 1999, cuando el chileno se unió al equipo de Kendall Jackson (hoy, por cierto operando de nuevo desde el Maule). Ambos, están ahora conmigo en la avenida Alonso de Córdova, en Santiago, donde ya nada tampoco es como fue hace 20 años, cuando la caminé por primera vez.

La amistad perduró entre los dos enólogos y entre tantas conversas que deben haber tenido junto a los vinos italianos, el año 2010 juntos concretaron la idea de traer a Chile variedades adaptables a diferentes climas y suelos. Para ello, hicieron una selección de variedades blancas y tintas autóctonas italianas, cuyas uvas suelen tener buenos  niveles naturales de acidez. «La tendencia universal, dice el consultor italiano (que hoy hace sus propios vinos para Naked Wines) es que los pueblos que comienzan a beber vinos buscan vinos suaves, ni tánicos ni ácidos. No como nosotros, en Europa, que estamos habituados a beber el vino con la comida; para otras culturas, como la asiática, el vino es más para socializar».

Maurizio enumera con la paciencia de un padre cariñoso, las 18 cepas italianas que seleccionaron. Entre las blancas: una buena selección de Pinot Grigio; Fiano, del Sur de Italia, que da vinos de larga guarda y crece en suelos volcánicos, ácidos; Falanghina, que da vinos con fruta muy delicada y elegante al Sur del Vesubio, también en suelos volcánicos; Pignoletto, una cepa muy antigua del centro de Italia, muy buena para vinos de guarda; Incrocio Manzoni, cepa producida por cruzamiento muy flexible, parecida a un Chenin Blanc. Además, de las blancas Pinot Bianco pensada para espumantes y Vermentino, la cual es originaria de España, se cree que cruzó Francia donde se llama Roll, de allí entró en Liguria como Pigato y a Piemonte donde es Cortese, también Rousseau en la Toscana y Vermentino en Cerdeña y Córcega, es una variedad que da vinos con mucha acidez, aunque le gusta el calor, y resiste la humedad ambiental.

En tintas, trajeron:  dos clones de Sagrantino, una variedad del centro de Italia; Lagrein, cepa de terreno ácido, del Norte de Italia; Cesanese, popular en la región del Lazio y de suelos volcánicos, que da vinos muy simples; un Carmenère muy antiguo, importado por las tropas de Napoleón del Norte de Italia, sin virus, llamado Cabernet Franco localmente, el cuál dice Andrés, es menos vegetal que los nuestros; Montepulciano, la usamos como ingrediente para mezclas, dice Maurizio, porque tiene mucho color, mucha estructura, tanino dulce, de buena madurez; Agliánico, una antigua variedad romana que se sobremaduraba y se bebía con miel; Ciliegiolo, una uva de sabor a cerezas y de color muy intenso; Primitivo o Zinfandel que da vinos suaves de mucho color. Además,  trajeron las tintas: Terran y Dolcetto.

Para acelerar la importación de las cepas y asegurarse que no hubiera mayores inconvenientes, la dupla decidió traer el material in vitro, limpio de virus. No en estacas, lo que suele exigir cuarentenas más largas y es riesgoso porque si aparece alguna plaga, dice Andrés, el SAG quema todo. Su multiplicación implica más tecnología que otros cultivos frutícolas, eso sí, ya que la vitis que se reproduce in vitro necesita hormonas para generar plantas que se comportan como adultas desde jóvenes.

Lo que no tenían previsto en el plan, era el terremoto del 2010, y que su brusco movimiento desordenaría por completo todo el material que en Chile ya se estaba empezando a reproducir como una gelatina que tiene hormonas. En resumen, entre una cosa y otras, perdieron 3 años. Finalmente, sin tirar la toalla, lograron tener las plantitas en sus bolsas y las plantaron un cuartel experimental en Tabontinaja, Loncomilla (dentro del campo de Viña Gillmore);  donde Andrés es enólogo y socio.

La primera cosecha la obtuvieron el año 2017, y con ella hicieron dos vinos, elegidos por WiP.cl como proyecto innovador del año 2018.  Ambos vinos, de gran color y estructura y rica acidez, se fermentaron y guardaron en barricas viejas, para que la madera no fuera protagonista; tal como suelen hacerse en Italia (aunque allí la tradición manda fudres de más de 3.000 litros). Maurizio explica que el resultado fue completamente diferente, porque aquí hay suelos ácidos, y allá calcáreos. El suelo calcáreo, agrega da un vino de pH más alto, eso es baja la acidez, por lo que sus taninos son más suaves. Lo mismo que nos diría justamente la semana pasada Felipe de Solminihac.

La  idea era traer variedades que se puedan adaptar a Chile es para hacer algo diferente, explica Maurizio, y agrega: «La cultura del  vino en Chile se basa en empresas muy grandes, con estructura monolítica, y todos producen el mismo vino». Andrés (creador de VIGNO), agrega, Chile es un país que trata de interpretar sus valles a través de cuatro o cinco variedades, potenciando sus marcas no los territorios. Lo que quiere decir Maurizio, explica, Chile tal vez es el país con menos bodegas y más cantidad de cajas de vino; el cálculo es de 300.000 cajas por bodega, concentradas en cinco variedades…  Ese es el problema de la vitivinicultura chilena», concluye Andrés.

«Después de recorrer el país por 30 años, fue que nos preguntamos: qué podemos hacer para potenciar, aportar y hacer vinos distintos a través de interpretar mejor los territorios. Sobre todo, agrega, Andrés, con variedades que no son continentales, que son de otra luz, ni de suelos calcáreos, como las francesas. VitaVitis nace para ayudar a producir vinos distintos, pero no somos viveristas, aclara. No vendemos plantas, vendemos la idea, y las plantas están dentro de las ideas».

Siguiendo esta premisa, sus vinos buscan ser didácticos, como sus blancas etiquetas; buscan mostrar el potencial de lo que se puede hacer. «A medida que tengamos más volumen de cada cepa van a ir saliendo sus vinos por separado. La misión, aclara Andrés, no es crear una marca de vino, sino ser didácticos para mostrar lo que se puede hacer con ellas». De la cosecha 2019 cuenta ya tienen más vinos: un Sagrantino, un Montepulciano y un Agliánico.

La pregunta es obvia. ¿Queremos saber qué han aprendido de las cepas italianas en Chile en este tiempo?

Tu pregunta se repite, dice Andrés aburrido por la falta de creatividad, y agrega: Las variedades funcionan. Son variedades validadas para terrenos con sol; hay cosas en Chile que funcionan menos, como Sauvignon Blanc. Dime un Sauvignon Blanc que te rompa el corazón y que no sea pasto verde… me contra pregunta:

A lo que respondo:  –A mi me encantan los Sauvignon Blanc de Chile, me encanta el pasto verde y todas sus versiones de climas fríos, …recién -comento- probé uno que no tiene verdor, de Malleco, muy rico también.

-De Malleco, al Sur, dice Andrés, pero háblame de Casablanca, Limarí, Santo Domingo… ¿Te terminas la botella… agrega… El centro de Chile es perfecto para el Vermentino que necesita calor, necesita que se dore, que el sol le pegue, para que se exprese. Es de la misma familia del Sauvignon Blanc; en sus primeros seis meses de elaboración uno dice esto es Sauvignonasse

Francisco Gillmore, suegro de Sánchez (quien se nos unió en medio de la conversación) dice que este es un proyecto de gran innovación, que va a tomar al menos unos 10 años en ver sus resultados. Yo digo que sí me termino la botella de Sauvignon Blanc, pero que con una basta, y que además feliz me encantaría algún día beber un rico Vermentino de Chile.

Los vinos de VitaVitis sí están a la venta aunque ya entendemos que no es el foco, si tienen curiosidad Collezione  es una mezcla de las variedades Montepulciano, Sagrantino, Primitivo, Cesanese y  Dolcetto, y el monovarietal, más tenso es de Agliánico. Ambos están a la venta en Jantoki a un precio cercano de los $13.000. Contacto: contacto@vitavitis.cl +56 9 9645 0853.

 

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2 comentarios

  1. […] Andrés Sánchez (enólogo y propietario de ) cuenta que el año 2009 le llamó el periodista santiaguino Eduardo Brethauer para saber qué opinaba sobre la nueva Denominación de Origen Cauquenes, creada junto a otras por decreto presidencial. Sánchez le dijo que le parecía una estupidez poner D.O. Cauquenes a un vino, porque no era más que una Indicación Geográfica. “Para mi -dice el enólogo que hoy vinifica aquel viejo Carignan que hizo por primera vez su suegro Francisco Gillmore en 1995- una D.O. debe formarse a partir de los productores, unidos por ciertas características en común, y deben tener una serie de restricciones para darle particularidad a sus vinos… Entonces le dije a Brethauer que se podría hacer algo así con la Carignan de Cauquenes, la única zona de Chile donde están sus parras viejas”. […]

  2. […] su zona. Lo que está bien, pero VIGNO, liderado por Eduardo Brethauer (hoy radicado en Polonia) y Andes Sánchez (socio de VitaVitis y enólogo de  viña Gillmore) dicen la D.O. Cauquenes no basta, ¿por qué no […]

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